Somos estrellas errantes, venimos de muy lejos y nos dirigimos a los confines del universo. Hay cometas muy brillantes que despliegan una gran cola en el firmamento. Su paso cerca de la Tierra nos hace levantar los ojos hacia arriba y abrir los de nuestro interior. Los miramos embelesados. Su belleza nos fascina, su presencia nos suscita cuestiones: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué hay más allá de lo que conocemos científicamente e intuimos?
Los grandes cometas, como aquellas personas que destacan por su unicidad, nos hacen de espejo. Por eso su fulgor radiante es esperado, seguido y estudiado con pasión por los grandes astrónomos. Y como si de un gran cometa se tratara, Josep Mascaró Pasarius brilló con una especial energía y con mucho apasionamiento. Su paso por la Tierra, de zancada larga y caminar seguro, fue seguido con atención y admiración, desde el principio, por todos los que le quisimos. Ahora que su brillo ha desaparecido de nuestro cielo visual, queremos saber más, averiguar su pasado y conocer mejor a quienes le precedieron y le acompañaron durante mucho tiempo.
La suya es una historia llena de un entusiasmo pegadizo por la vida y de una intimidad celosamente guardada. Una pequeña parte de su vida está aquí.
El origen, en las Américas
Para llegar hasta Josep Mascaró Pasarius hace falta ir primero un poco hacia atrás. Su madre, Francisca (Fanny) Ventura Felipa Pasarius Vinent, nació el primero de mayo de 1895, en la ciudad argentina de La Plata. Los padres de Fanny Ventura eran Ignacio Pasarius Borràs, nacido en 1865 en Barcelona, y Fanny Vinent Garro, nacida en Mahón en 1866. Los padres de Ignacio Pasarius Borràs fueron Ignacio Pasarius Cañellas, nacido en 1829 en Mahón, y Rosalia Borràs, con quien se casó en 1862, en la iglesia de Sant Pere, en Torredembarra (Tarragona). Tuvieron tres hijos: Antonio Ignacio Domingo, nacido en Barcelona en 1863 y fallecido a las pocas horas de ser bautizado; Ignacio Marcos Antonio ―padre de Fanny Ventura―, y un tercer hijo, nacido en 1867, que murió de muy pequeño y no sabemos su nombre.
Ignacio Pasarius Borràs estudió en la escuela de los padres jesuitas de Manresa, probablemente alrededor del año 1872. La familia del padre tenía la tienda Casa Pasarius, en Mahón, ciudad donde debió de conocer a quien sería su esposa, Fanny Vinent Garro.
Cuando Ignacio Pasarius Borràs y Fanny Vinent Garro se casaron, partieron a Argentina para empezar una nueva vida, ya que la familia no aceptaba su boda, porque ella trabajaba de dependienta en una tienda situada frente a Casa Pasarius. Con el dinero de la legítima se establecieron allí de forma definitiva. Parece que ya partieron a América pensando que podrían hacer negocios y probablemente se llevaron alguna representación de tejidos, pero, finalmente, se dedicaron a la compra y venta de terrenos y fincas, creando una inmobiliaria que resultó un negocio próspero.
La pareja residió en las ciudades de La Plata y Buenos Aires y tuvieron tres hijos: Rosalía, nacida en 1891; Francisca Ventura, nacida en 1895; e Ignacio, nacido en 1899.
Fanny Ventura explicaba que en Argentina vivían en la calle 85 del barrio de Necochea, en Mar del Plata, una ciudad puerto situada en el litoral del mar argentino, en el sureste de la provincia de Buenos Aires. Recordaba que iban a tomar mate y a hacer meriendas en casa de los vecinos, donde comían patatas fritas en abundancia y hacían un delicioso chocolate. También que sus padres se amaban mucho. A veces bailaban en el jardín de casa muy enamorados. Había una fuente y jugaban con el agua a salpicarse amorosamente, mientras ellos, Rosalía, Fanny Ventura e Ignacio, les miraban embobados.
La familia Pasarius-Vinent vivió en el continente americano hasta que Ignacio Pasarius Borràs murió, antes de la Navidad de 1910. Fue enterrado en el cementerio de la Chacarita, en Buenos Aires. Un hombre al que la familia recordaba siempre contento y alegre, al que oían cantar ópera cuando se levantaba por la mañana. A todos les gustaba mucho la música. Rosalía, la mayor de los hijos, había aprendido a tocar una pieza en el piano, En el cielo, que quería interpretar aquellas Navidades para dar una sorpresa a sus padres. Desgraciadamente, todo se dio la vuelta. Ignacio sufría de almorranas, tenía muchas molestias y llamó al médico, pero éste no estaba. En su lugar acudió un practicante, que le recetó una pomada equivocada que le envenenó la sangre y murió, a la edad de 45 años, de una septicemia galopante.
Mar azul de Menorca
Fanny Vinent Garro, tras la muerte de su marido, regresó a Menorca, porque la familia se lo pidió. Cuando llegaron a la isla, Rosalía tenía 19 años, Ventura, 15, e Ignacio, 11. Fanny Ventura explicaba que al llegar con el barco a Menorca le fascinó el color azul y transparente del agua del mar, tan diferente de la del océano Atlántico que ella conocía, y también la sorpresa que tuvo cuando vio que si ponía el agua de mar en un vaso, era transparente y no azul como ella la veía.
La familia se instaló en la casa paterna. Debajo estaba la tienda de géneros Casa Pasarius, fundada por Antonio Pasarius Ferrer (nacido en Lérida), en 1814. A principios del siglo XX seguía siendo una tienda muy próspera. Tenía aprendices catalanes de Barcelona y Tarragona, que iban a trabajar allí durante un año para aprender el oficio. Comían en la misma mesa que los señores y para dormir yacían sobre los mostradores (este tipo de aprendices en Cataluña recibían el nombre de saltataulells). Uno de ellos, Jaume Sala, se casó con Rosalía, la hermana mayor.
Cuando murió el tío abuelo soltero Buenaventura Pasarius Cañellas, poco después de la llegada de la familia a Menorca, dejó sus bienes a los únicos sobrinos que tenía. Su parte de la tienda Casa Pasarius la dejó al heredero Ignacio. Y el predio de Llimpa, situado cerca de Alaior, lo dejó a sus sobrinas Rosalía y Ventura.
Fanny Vinent Garro murió el día 30 de septiembre de 1919. Fanny Ventura tenía 25 años, Rosalía, 28 e Ignacio, 20. Todo el patrimonio familiar fue para el hijo, que heredó la casa paterna de Mahón, el sitio de Binillobet, una finca con mucho regadío cerca de Mahón, casas en Sant Lluís y un chalet al otro lado del puerto de Mahón, además de otros bienes familiares.
Una vez que la madre ya no estuvo, Fanny Ventura no acababa de sentirse bien en la casa paterna, que ahora era de su hermano pequeño. Ignacio ya empezaba a cortejar a Maria Fontirroig, hija de Mateo Fontiroig, un maestro de mucho renombre de Mahón, con quien finalmente se casó. Así fue como se marchó a vivir a Alaior, en la parte del predio de Llimpa que le tocó. Lo bautizó con el nombre de Río de la Plata. Era grande, bonito y tenía un bosquecillo de pinos, donde iban a buscar níscalos, explicaba.
Al margen de cánones y normas
Acostumbrada a la vida en tierras americanas, era una mujer con un espíritu muy inquieto. Una vez en Menorca, quiso seguir los estudios de guitarra con un profesor particular. Además, cuando los campesinos del lugar hacían veladas por la noche, ella también iba. Tocaba canciones y cantaba alegremente con ellos hasta tarde. Un labrador se colgaba en la espalda la cola del cerdo y corría cantando «Qui me l’encendrà, el tio, tio, tio; qui me l’encendrà, el tio de pedaç?» [¿Quién me lo encenderá, el tío, tío, tío? ¿Quién me lo encenderá el tío de trapo?»]. Ella participaba en la fiesta, algo que era totalmente inhabitual en aquella época. Primero por ser una mujer soltera y también por relacionarse tan estrechamente con los campesinos del lugar, ya fuera cuando cantaban, hacían la matanza o amasaban el pan, siendo como era la señora de la casa.
Era una mujer muy hermosa y elegante que llamaba mucho la atención a la gente del pueblo. Cuando todavía era soltera, bajaba sentada de lado en lo alto de una burra, del predio hasta el pueblo, para visitar a unos franceses que residían en Alaior. Toda ella llamaba la atención y la hacía distinta. Era independiente, iba a nadar sola y solía leer mucho.
En aquella época conoció a un alayorense muy apuesto, del que se enamoró. Era Antoni Mascaró Rosselló, que era zapatero. Hijo de Josep Mascaró Mascaró, nacido en Alaior, y de Margalida Rosselló Sans, natural de Fornells, que había muerto a la edad de 46 años (1870-1916). Josep Mascaró Mascaró, conocido como en Mascaró Gros, era muy alto (medía 1,96 m) y corpulento. Tenía un molino y era de ideas izquierdistas. Se explica que, según la tendencia política de quien mandaba, la gente aconsejaba que no fueran a moler a su molino, pero todo el mundo seguía haciéndolo, aunque fuera a escondidas, porque era un hombre muy querido por todos.
Antoni Mascaró, cuyo oficio era zapatero, iba a ver a Fanny Ventura al atardecer al predio de Río de la Plata, donde ella se había instalado. Hablaban por una ventana. Él encendía una vela para seducir y ver mejor el bello y exótico rostro de aquella mujer tan distinta a cualquier otra de Menorca.
Boda en Santa Eulalia
Después de cortejar durante un año, decidieron casarse. Ambos tenían 27 años. La ceremonia se celebró el 8 de febrero de 1923, en la iglesia de Santa Eulalia, en Alaior. De viaje de boda fueron a Barcelona. Nueve meses después nacería el primero de los hijos, José, el protagonista de esta historia. Vino al mundo vestido, envuelto en el saco amniótico, el 13 de noviembre de 1923. Un símbolo de buena suerte. Fue inscrito en el registro civil, dos días después, con el nombre de José Antonio Mascaró Pasarius .
La primera de las casas donde vivió la pareja, con su primer hijo, fue la de la calle de la Reina, 43 (hoy calle del Porrassar Nou), en Alaior. Se iniciaba un largo periplo que llevaría a la familia, a menudo escasa de recursos económicos, a vivir en cerca de 20 casas diferentes. Cuando Fanny Ventura volvió a estar embarazada, se mudaron a otra casa más grande en la misma calle, donde nacieron Armando, en 1925, y, dos años más tarde, Carlos, en 1927.
Fanny Ventura era una mujer inteligente, muy interesada por los avances científicos y los acontecimientos que ocurrían en todo el mundo. Josep Mascaró Pasarius recordaba que una vez iba con su madre por un camino de polvo y ella le dijo: «Dentro de no mucho tiempo se inventará un material duro para cubrir los caminos, y los carruajes podrán viajar mucho más rápidos». Esto muestra hasta qué punto tuvo una intuición bien acertada de la llegada futura del asfalto, por aquel entonces todavía inexistente en Menorca.
Atravesar el Atlántico
Después de vivir durante un tiempo en el predio del Río de la Plata (Llimpa), el destino llevaría a la familia al corazón del Caribe, a la isla de Cuba. Según explica Perla Mascaró, su padre le dijo a su madre que se iba a Cuba a hacer fortuna, y ella le respondió «Pues yo voy». Partieron hacia las Américas en 1927 con sus tres hijos: José, Armando y Carlos. Su madre siempre le decía que tenía algo de cubana, porque quedó embarazada de ella en La Habana. En Cuba hacía mucho calor, y para que los niños pudieran dormir los tenía que abanicar continuamente con una gran hoja colgada del techo que la madre movía tirando de un cordel. En tierras tropicales también vivieron la experiencia de un ciclón. De esa experiencia oyó contar que tuvieron que tapiar con maderas y clavos las puertas y las ventanas de la casa donde vivían para evitar que se las llevara el viento. Estuvieron allí un año. Luego decidieron volver a Menorca.
De vuelta hacia Europa hicieron escala en Nueva York. Hacía mucho frío. Era invierno y el helor del aire era intensísimo. Iban muy abrigados, sólo sacaban los ojos de la bufanda para poder mirar desde la cubierta la llegada al puerto neoyorquino. José en esa época tenía cuatro años. Josep Mascaró Pasarius explicó que recordaba perfectamente la ciudad de Nueva York, con sus rascacielos altísimos en la isla de Manhattan. Mientras la observaba fascinado preguntó: «Mamá, ¿aquí dónde entierran a tanta gente?».
Estuvieron un mes largo para atravesar de costa a costa el Atlántico, en un vapor. A finales de 1928 llegaron a Menorca. Se instalaron en una casa en la calle del Ángel, 20, en Alaior, cerca de casa de la tía Juana , que se dedicaba a hacer, por pedido, panes, que después repartía por las casas. Allí nació Perla, en 1929, pero ésta no fue la última casa en la que vivieron. Poco después partieron a Mahón, a una casa situada cerca de la iglesia de la Virgen del Carmen, donde nació el pequeño de la familia, Aurelio, en 1931. En esta iglesia había un retablo muy grande, regalo de Fanny Vinent Garro, que probablemente fue quemado o destruido durante la guerra civil.
Poco después, la familia se fue a vivir a El Castell, en la actual calle Ruiz y Pablo. Alquilaron la casa a Bernat Olives Sintes, natural de Mahón y padre de las hermanas Olives Noguera, Celeste y Victoria Juana. No estuvieron mucho tiempo. Volvieron a Alaior. Vivieron primero en la calle del Regaló, pero poco después volvieron al predio Río de la Plata, donde vivieron unos dos años.
Por aquel entonces, Antoni Mascaró tenía una especie de atracción de feria, como una tómbola desmontable, con la que iba de un pueblo a otro, siempre coincidiendo con las fiestas, sábados y domingos. La atracción tenía una mesa redonda en cuyo centro había una especie de campana, como una tapadera de queso, que escondía un pequeño cobaya. La tapadera colgaba de una cadenilla, con lo que podía subirse y bajarse a voluntad. Alrededor había compartimentos con unas barreritas y una portezuela, a cada uno de los cuales correspondía una carta de la baraja española. El juego consistía en adjudicar cada carta de la baraja por un precio módico, que cada jugador conservaba hasta el final. Cuando estaban todas las cartas vendidas, se liberaba el cobaya, que al sentirse libre corría a esconderse dentro de una de las portezuelas. Quien tenía la misma carta en la que había entrado el cobaya, podía elegir un regalo del expositor, habitualmente utensilios de cocina de aluminio: ollas, escurridores, cucharones, espumaderas. Los premios que se podían ganar y el atrezzo del conjunto de la tómbola podía cambiar según conviniera y según la época del año de que se tratara. Por ejemplo, también podían ganarse pequeños juguetes para niños o hilos y utensilios para coser, o la estructura de la feria podía ser más compleja o sencilla si duraba sólo un día o más jornadas. De ahí el mote de la rata con el que era conocido Antoni Mascaró y posteriormente sus hijos.
En esa época la relación de Fanny Ventura y Antoni Mascaró había entrado en una fuerte crisis, probablemente por la afición de él a jugar. Esta afición u otras fueron probablemente fuente de desavenencias conyugales. Decidieron separarse. Era en tiempos de la República y pudieron divorciarse. Así se hizo constar en el registro civil de Alaior el día 2 de abril de 1935. En ese momento los hijos tenían: José, 11 años, Armando, 10, Carlos, 8, Perla, 5 y Aurelio, sólo 3 años.
Sacar adelante a cinco hijos
Madre e hijos partieron hacia Palma. Fanny Ventura quería romper todos los vínculos con Menorca. Antes de dejar la isla decidió vender el predio Río de la Plata, y para hacer la venta, mientras ella estaba fuera, nombró a un apoderado de Alaior. Ella pensaba que con el dinero que obtendría podría llevar a la familia adelante. En Mallorca vivieron en la calle del Pont, 11, en el Pont d’Inca.
Mientras estaban en Mallorca, Carlos Mascaró regresó a Alaior, porque su tía Juana le pidió que fuera a pasar las fiestas de San Lorenzo, que se celebran la semana del 10 de agosto. Partió ese verano. El estallido de la guerra civil, con el levantamiento del 18 de julio de 1936, le impidió volver a Mallorca para reunirse con su madre y sus hermanos. Estuvieron separados los tres años que duró el conflicto bélico (1936-1939). Carlos vivía en casa de la tía Juana. Menorca era roja y se mantuvo fiel al gobierno de la República. Fanny Ventura y el resto de sus hijos estaban en Mallorca, que se levantó con el bando insurgente.
En tiempos de la guerra todavía vivían en el Pont d’Inca. Perla Mascaró explica que cuando oían la sirena avisar de la llegada de aviones rojos, salían de la casa y se iban a refugiar en el campo bajo los almendros. Cuando sentían caer las bombas, se tapaban la cabeza y el cuerpo con mantas. Lo pasaron muy mal. Sólo tenían pan para comer, cuando lo había, y no disponían de dinero porque el apoderado no podía enviarlo desde Menorca. El tráfico marítimo entre islas se había detenido.
Ante esta situación, se mudaron a Palma. Vivieron en la calle Marquès de la Font Santa, 200, cerca del barrio de Els Hostalets. Fanny Ventura se puso a trabajar, de día, en una fábrica de material de guerra y de noche cosía botones y ojales de polainas para Casa Buades. En esa época necesitó toda la ayuda disponible. Los pequeños iban a la escuela y almorzaban en los comedores sociales, porque todo era poco para una mujer sola con hijos y sin recursos. Y así fueron pasando la guerra.
Fanny Ventura siempre tuvo un aspecto muy distinguido. Era una señora muy fina. En la fábrica en la que trabajaba la eligieron para dar un ramo de flores a una importante personalidad que fue a visitar las instalaciones. La foto de la entrega del ramo salió publicada en la prensa de Palma. El señor al que dio el ramo de flores le puso un billete de cien pesetas dentro de la mano, en señal de agradecimiento, una cantidad que en aquella época era mucho dinero, explica Perla Mascaró.
Al terminar la guerra volvieron a Menorca a buscar a Carlos. Una vez en Alaior, el apoderado le dijo a Fanny Ventura que el dinero obtenido de la venta del predio ya no tenía validez, porque era rojo. Ella siempre pensó que la había estafado. Sólo recuperó un poco de dinero, pero muy poco en comparación con lo que realmente valía el predio que había vendido.
Vender Baleares en la calle
De vuelta a Mallorca, Fanny Ventura compró una casa con el dinero que había recibido. La familia la identificaba como la casita del Pont d’ Inca . Estaba situada en el camino de la Cabana, 92, en Marratxí. Sin embargo, en esa época todo rodó mal. No había trabajo y carecían de comida. Los chicos eran jovencitos. Ella sola tenía que llevar adelante la casa. Ya de adulto, Josep Mascaró Pasarius, en un artículo suyo publicado en el diario Baleares, al celebrarse el quincuagésimo aniversario del rotativo, explicó que su primer trabajo fue el de vendedor de Baleares por las calles de Palma. Así fue cómo ganó las primeras pesetas. Probablemente, sirvieron para ayudar a su madre.
Cuando tenía 18 años (1942) decidió alistarse en la Legión para poder ayudar a la familia con la paga. Partió hacia África, en el cuartel de Dar-Riffien, en Marruecos, y estuvo allí entre los años 1942 y 1945. Poco tiempo más tarde le seguiría Armando Mascaró. Josep Mascaró Pasarius enseguida entró a trabajar en la plana mayor, en el Gabinete de Topografía y Cartografía, donde aprendió a levantar planos cartográficos para fines militares, entre otras cosas. Armando, en cambio, entró en el grupo de gastadores, que eran quienes desfilaban con la bandera ante el regimiento, y también trabajaba en la enfermería. En la Legión pasaron tres años. Ambos tenían un espíritu muy aventurero. Cuando todavía estaba en África, escribió una carta a su madre en la que le decía que quería rodar por el mundo y conocer otros países y modos de vida. La respuesta de su madre, con una carta muy convincente, consiguió hacerle cambiar de opinión.
Valencia, tierra de flores
Mientras los dos hijos mayores estaban en la Legión, el resto de la familia partió hacia Valencia. Era la posguerra, tiempo de hambre y poco trabajo. Antes, Fanny Ventura vendió la casita del Pont d’Inca. Perla Mascaró explica que su madre decidió poner un nuevo rumbo a su vida cuando leyó en un libro: «Valencia, la tierra de las flores y el sol». Una vez allí se instalaron en la calle Pius V, situada cerca de un museo, donde vivieron tres años. Ella se puso a trabajar en casa de doña Pilar. Le ayudaba en los trabajos de la casa y la cocina. También fue esa señora la que enseñó guitarra a Aurelio, que además aprendió a tocar el violín.
El primero en volver licenciado de soldado fue Josep Mascaró Pasarius y poco después lo hizo Armando. Se reunieron con su madre y el resto de los hermanos en Valencia. Uno se puso a trabajar de escayolista y el otro de encofrador.
Quemar el baúl de los recuerdos
La pareja divorciada, Antoni Mascaró y Fanny Ventura, no estaban enemistados. Hablaban de vez en cuando. Cuando estaban en Valencia él pidió a su exmujer si su hija pequeña, Perla, que entonces tenía 16 años, podía ir a Alaior para pasar las fiestas de San Lorenzo. También le prometió que, si volvían a Menorca, compraría una casita en Ciudadela, en la que podrían vivir todos. Así él también podría tener a sus hijos cerca. Todos los hijos la convencieron de que aceptara.
El intento de cortar definitivamente con el pasado no le fue posible, porque finalmente accedió a volver a Menorca. «Prometí no volver, pero me han hecho caer», decía en aquellos momentos. Los primeros en llegar a la isla, en 1946, fueron José y Perla. Como su padre todavía no tenía la casa comprada, alquilaron unas habitaciones en casa de Margalida Hernando Camps, casada con Vicente Rocamora, que vivía en una casita del Rancho Grande, en Ciudadela. Cuando los conoció, Margalida comentó a su hermana pequeña, Patrocinio Hernando Camps: «Esta gente que ha venido, muebles casi no llevan, pero libros, muchos».
Cuando Fanny Ventura, finalmente, llegó a la isla, en 1947, con el resto de sus hijos, se instaló en la nueva casa, en la calle de la Brecha (actual calle de la Muradeta). Era muy pequeñita y tenía vistas al Pla de Sant Joan y al puerto de Ciudadela. Fue en esta casa donde la familia quemó el baúl de los recuerdos, que les había acompañado de un país a otro, de una ciudad a otra, siempre lleno de libros y pequeños objetos personales, desde el largo viaje a Cuba, en 1927. El fuego de aquella caja, como si de un ritual se tratara, puso punto final a una época de diáspora e inició una nueva vida para todos.
En ese momento comienza el gran periplo profesional y vital de Josep Mascaró Pasarius. En Menorca no había mapas de la isla y si los había eran militares y de uso exclusivo del ejército. En 1947 empezó a recorrer la isla en bicicleta para hacer los mapas, que, finalmente, se convertirían, en 1951, en el primer Croquis Turístico de la isla de Menorca y el Croquis Arqueológico de Menorca. Este trabajo no remunerado lo podía llevar a cabo vendiendo cintas, hilos, jabones y otros objetos a los payeses de los lugares que visitaba, además de hacer encargos y hacer de intermediario para quien lo solicitara, con la intención de ganar un dinero para vivir. De esta forma empezó a recopilar información valiosa sobre el terreno en toda la isla: apuntaba en una libreta los topónimos de la zona que recorría, tomaba medidas para hacer las planimetrías y dibujaba en alzada los monumentos arqueológicos que encontraba por todas partes. Este trabajo cartográfico no fue fácil de llevar a buen puerto. Josep Mascaró Pasarius se topó con obstáculos que le ponían las autoridades militares, que debían autorizarle la publicación de cada lámina, y tuvo que pasar muchos filtros y controles, para que finalmente se llegaran a publicar. Por ejemplo, tuvo que luchar tenazmente para poder escribir los topónimos en catalán y le obligaron a dar el nombre de Croquis turístico y Croquis arqueológico a sus dos obras.
Justo cuando la vida tomaba un nuevo rumbo para todos, un hecho dramático golpearía a toda la familia y muy especialmente a Fanny Ventura: la muerte de su hijo pequeño, Aurelio, a la edad de 16 años. Yendo en bicicleta chocó contra un carro en la calle Brecha, donde vivían, en Ciudadela. Al caer se rompió e hirió una pierna. El joven Aurelio fue a vivir con su padre a Alaior, en casa de su tía Juana, tras ser operado en Mahón. Las medicinas y los médicos eran muy caros y Fanny Ventura no podía pagarlos. Aurelio llevaba la pierna escayolada, pero el yeso no se cambió en la fecha prevista, porque hacía mal tiempo, y el médico no consideró oportuno tocarlo. A consecuencia de este hecho, la pierna se gangrenó y el joven Aurelio murió en Alaior, el 10 de marzo de 1948.
Fanny Ventura nunca se recuperaría de aquella pérdida, que lloró el resto de su vida. También motivó uno de los poemas más sentidos que escribió, en 1978, dedicado A mi hijo, en el que le dice:
Todo me habla de ti: el mar…, las flores…,
las músicas por ti más preferidas
y las voces anónimas lejanas…
que me hacen recordar tu voz querida.
Un poema que termina:
Y allá, en el infinito donde moras…
¡conmigo estás!… aunque no estés conmigo!…
Con tu imagen grabada, el corazón deshecho
y el pensamiento en tu lejana tumba…
yo te escribo estos versos…
Estos versos que vuelan a tu lado
formados con sollozos o con rezos…
que te cuentan mis tristes añoranzas…
y el hueco que dejaron tus recuerdos.
Tu madre.
Armando Mascaró, a diferencia de los otros hermanos, se instaló en casa de la tía Juana, en Alaior, con quien se quedó a vivir. En Alaior conoció a Milagros Pons Carreras, con quien se casó.
Carlos Mascaró no vivió siempre en Menorca. De mayor partió hacia Francia y se instaló en Tolosa, donde ya residía el tío Joan Mascaró Rosselló, hermano de su padre, en el exilio por la guerra civil. Allí se casó con Colette Bardieux e hizo de padre de Jean Marc, el hijo de un anterior matrimonio de Colette.
Perla Mascaró se casó con Josep Caules Sintes, hijo de una familia muy querida en Ciudadela, conocida por Cal Papa, que tenía una barbería en la calle de Mahón, cerca de la plaza de las Palmeras. Se casaron y tuvieron tres hijos: Ana Mari, Esther y José.
Fanny Ventura quedó a vivir con su única hija. Primero, en la calle de la Brecha y después en la calle Qui no Passa, 6 de Ciutadella. También pasó temporadas, a veces largas, en la casa de sus otros hijos en Alaior, Palma y Tolosa. Falleció en Ciudadela el 8 de febrero de 1980, a la edad de 84 años. Antoni Mascaró había fallecido años antes, el 9 de abril de 1953, a la edad de 57 años.
Una familia numerosa
Josep Mascaró Pasarius conoció a quién sería su esposa en casa de Margalida Hernando. María del Patrocinio Hernando Camps le hizo perder por completo las ganas de volver a Valencia, como era su intención inicial, una vez que su madre y sus hermanos se hubieran instalado definitivamente en Menorca.
Patrocinio, una mujer de ojos profundos, robó el corazón y logró centrar a un hombre que tenía un gran espíritu aventurero y emprendedor. El primer mapa de Menorca, el Croquis arqueológico de la isla de Menorca, lo dedicó a su madre. Y a su esposa, la primera de las doce láminas del Croquis turístico de la isla de Menorca, en la que le decía: «Porque sin ti nunca hubiera podido hacer este mapa».
En Ciudadela Josep Mascaró Pasarius también conoció a una persona que sería muy importante en su vida: Agustín Hernando Martínez de Salas, fotógrafo profesional que acabaría siendo su suegro. Agustín fue a Ciudadela a hacer el servicio militar y quedó a vivir allí, porque conoció a una joven muy hermosa, Àngela Camps Ribot, de quien se enamoró y con quien se casó cuando tenía 25 años. Ángela había nacido el 10 de octubre de 1885, en Ciudadela y era la segunda hija de Josep Camps Cavaller, también fotógrafo profesional y propietario de una fábrica de tacones de zapatos en Ciudadela. Su madre era Margalida Ribot y Pons.
Agustín y Ángela vivían en la calle de la Purísima, número 3, en Ciudadella. Tuvieron seis hijos: Maria Auxiliadora, Rafel, Margalida, Àngel, Josefina y, finalmente, María del Patrocinio, que nació el 11 de marzo de 1928, cuando hacía 20 años y 10 meses que sus padres se habían casado.
Cuando Josep Mascaró Pasarius conoció a Agustín Hernando, éste tenía su estudio de fotografía en la calle de les Voltes, de Ciudadela. Con él estableció una relación de amistad y cariño profundo. Fue quien le condujo en los primeros pasos fotográficos, cuando empezaba a fotografiar talayots y taulas megalíticas de Menorca. La estrecha relación de amistad se convirtió en parentesco cuando el 21 de junio de 1952 María del Patrocinio y Josep Mascaró Pasarius se casaron en la iglesia de San Francisco, después de haber cortejado durante cuatro años. Fanny Ventura y Armando, en sustitución de su padre, que ya estaba muy enfermo, pidieron a Agustín Hernando la mano de su hija más pequeña, que él concedió con alegría, porque ya amaba como a un hijo a quien sería su yerno.
Josep Mascaró Pasarius empezó a hacer el Mapa general de Mallorca en 1952. Durante cuatro años fue yendo y viniendo en barco entre Menorca y Mallorca, siempre viajando en cubierta, la acomodación más barata, a pesar de haber temporal, porque ya tenía una familia para alimentar. Se hospedaba en la pensión Baleares, situada en la plaza de las Columnas. Durante estas estancias enviaba bolsas de ropa a lavar a Menorca y lo hacía mediante la tripulación del barco que regularmente unía ambas islas; ropa que le devolvían limpia a la pensión por una módica cantidad de dinero. En la misma plaza estaba el negocio Maderas Sintes, regentado por el menorquín Ramon Sintes Gelabert, que acabaría siendo un buen amigo de Josep Mascaró Pasarius, porque, desde el principio, cogía los encargos que le llegaban por teléfono. Éste fue el inicio de un pequeño mundo que pronto se haría mayor.
Durante los cuatro años de viajes continuos entre Menorca y Mallorca nacieron en Ciudadela tres hijas de Josep Mascaró Pasarius: Maria Goretti, en 1953, Assumpta, en 1954, e Immaculada, en 1956. Finalmente, en enero de 1957 toda la familia marcharia a vivir a Mallorca. Alquilaron un piso en la plaza de Francesc Garcia Orell, 2 (la plaza de las Columnas), que sería su nuevo y definitivo hogar.
La familia se ampliaría en breve. En el mes de octubre de ese mismo año, Àngela Camps y su hija Maria Auxiliadora partieron de Menorca para ir a vivir a Mallorca, después de la muerte, a causa de una embolia, en Ciudadela, de Agustín Hernando Martínez de Salas. Primero estuvieron en Lloseta, en la casa de Margalida Hernando, y después en la plaza de las Columnas, en Palma. Un domicilio en el que también nació la hija pequeña, Virgínia, en 1961.
Vivir en Mallorca abrió a Josep Mascaró Pasarius nuevos horizontes, y sus vastos intereses culturales pudieron ser satisfechos. En la isla mayor de Baleares vieron la luz proyectos de ámbitos muy diversos que tendrían un largo recorrido en el tiempo y lo llevarían a tocar, con su incansable curiosidad y gran empuje divulgativo, todas las teclas de una compleja partitura, como muestra claramente su extensa bibliografía.
Las historias se abren siempre, con el paso del tiempo, a nuevas tramas, que crecen, evolucionan y generan vida. Las cuatro hijas se hicieron mayores, se casaron y tuvieron hijos, los nietos de Josep Mascaró Pasarius y Patrocinio Hernando: Enric , Rut , Martí , Josep , Núria , Àngela , Pau , Adrià y Joan . Y después vinieron los biznietos, Josep y Martí , hijos de Enric Portas Mascaró, el nieto mayor; y Júlia, Pau y Lluc, hijos de Àngela Cortès Mascaró, la nieta mayor.
Y todas las historias tienen un punto final: Josep Mascaró Pasarius murió en Palma el día 11 de mayo de 1996, a la edad de 72 años. Su esposa, Patrocinio Hernando Camps, vivió hasta 92 años y murió el 9 de diciembre del 2020. Las cenizas de ambos reposan en la tumba familiar de su yerno, Gabriel Bibiloni, en el cementerio de Marratxí.